En los últimos días he estado
trabajando con problemas de erección y eyaculación precoz en
hombres mayores. Pasan los años y muchos hombres siguen obsesionados
con su pene y su capacidad de penetrar. Así se infravaloran,
pensando que son sólo un pene con más o menos aptitudes (grosor,
largada, tiempo de penetración sin eyacular o sin perder la
erección, número de erecciones por día/semana/mes…). Muchas
mujeres nos reímos de su obsesión pero estamos llenitas de
prejuicios y a la hora de la verdad (aunque sea porque nos dejamos
llevar y no hacemos lo que nos apetece) también acabamos centrando
nuestra relación sexual en la penetración.
Pero ¿qué es hacer el amor? ¿Follar?
¿Tener sexo?
Creo que en la respuesta residen las
bases de muchas disfunciones sexuales. Si tener sexo es
realizar una o varias penetraciones (la vagina, el ano, la boca, las
manos, o lo que sea), las características del objeto que penetra son
importantes. Pero, ¿y si pensamos en la posibilidad de que la
definición de sexo sea otra? ¿Y si el sexo fuera dar y recibir
placer, disfrutar de lo que nos regala el otro?
¿Y si el verbo no fuera penetrar sino
acariciar? Acariciar con las manos, las palabras, los labios, la
lengua, el pene, el olor, la vagina, el corazón, el alma, o con lo
que nos apetezca en ese momento, y recibir ese placer con cualquier
parte de nosotros mismos.
Entonces, el pene dejaría de ser el
protagonista, convirtiéndose en un accionador más de la caricia. De
este modo, podría sacarse de encima la gran responsabilidad, el gran
peso que supone ser el protagonista de la película y con esta
mochila se desvanecerían muchos de los miedos que llevan a las
disfunciones sexuales. Y en el caso de que se tratara de una
disfunción con causa orgánica no sería el fin del mundo puesto que
la actividad principal sería la caricia, y la penetración con el
pene sólo una manera de materializarla.
republicado de nahia
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