Aunque el ser humano tiende a juzgar más allá de lo que conoce y se inventa teorías y explicaciones de fenómenos que ni siquiera entiende, el cerebro tiene neuronas que nos ayudan a hallar los labios de nuestro compañero de cama en la oscuridad —sobre todo si es frecuente—. Por otro lado, el principio de superposición en física cuántica dice que todo aquello que es posible está sucediendo simultáneamente. La realidad es un entresijo de distintas posibilidades, múltiples realidades en potencia. Cuando tú decides observarlas, una de ellas se define como realidad, depende de para dónde quieres mirar: ¿pastilla roja o azul? ¿Cómo ponerlo en práctica? Expresa tus deseos y poco a poco caminarás hacia ellos; es inevitable.
Así en esta vida puedes hacer feliz a los demás o puedes ser un
impedimento para ello. Tú decides dónde estás pero lo ideal es no
pensar en un fin, en un objetivo concreto, sino deleitarte en el
camino, saborear cada paso, sorber cada gota en cada rincón: es muy
importante valorar el presente, el proceso, y no elucubrar ni
especular demasiado con un futuro que nunca dejará de tener dosis
obligatorias de improbabilidad. Tampoco hay que darle mayor vuelta,
por más expectativas creadas, nadie se toma tan en serio el futuro
como el presente; por eso, vive tu día a día y siente el latido del
momento moviendo tus pies en dirección a tus sueños.
Claro, los
sueños no son una lotería, todo tiene una base real, física,
química, causal, pero a fuerza de visualizar algo, ahí lo tienes.
El pensamiento negativo es el ejemplo más evidente: solo empieza a
difundir la idea de que existe una crisis y, a base de repetición,
todos los miembros de un grupo reforzarán el mensaje, se lo creerán,
incluso te ayudarán a difundirlo. Repite que estás mal y lo
estarás; empieza por existir en nuestros imaginarios y acaba siendo
una realidad, hasta te enfermarás. Es la neurona espejo, nuestra
sociedad imita sin cuestionar. ¿Solución? Proyecta en positivo,
tienes más opciones de ganar.
De todas formas, lo más sencillo y coherente ante una proyección en
perspectiva es cooperar en el presente para garantizar la cooperación
en el futuro. El dilema del prisionero y el resto de retos
matemáticos que nos ubican en la comprensión de algunos mecanismos
psicológicos de la acción humana nos indican que la mejor
estrategia es la llamada “donde las dan las toman”. Eso implica
ni más ni menos que generalmente saldrás ganando si inicias una
relación cooperando y cuidando y te mantienes como un espejo: cuidas
si te cuidan, ayudas si te ayudan, amas si te aman; y devuelves
inmediatamente cada uno de los golpes. Un colectivo de seres
racionales cooperaría si quiere mantener, por lo menos, unas
relaciones cordiales y nunca iniciaría una estrategia desertando. El
“viajero gratis” —quien no aporta nada y se beneficia del
trabajo colectivo— acaba perdiendo fuelle progresivamente y sale
despedido por desigualdad manifiesta y repetida en el intercambio. O
eso, o gana unas elecciones presidenciales, siempre hay tontos útiles
o listos sin escrúpulos.
Este problema de conflicto social —el dilema del prisionero— pone
de manifiesto que el mayor beneficio para las personas que
interaccionan se produce cuando ambas colaboran, pero si una colabora
y otra, no; se supone que ésta última tiene más beneficio. Esto,
en ocasiones, activa la posibilidad de aprovecharse de la
colaboración de los demás. Pero, si esta tendencia se extiende, al
final, nadie coopera y, por tanto, nadie obtiene beneficios.
En todas estas discusiones teóricas haría falta averiguar qué es
cooperar y qué es desertar para cada persona o grupo ya que siempre
dependerá de las preferencias vitales. Por ejemplo, en una relación
sexoafectiva entre dos personas, hay quien podría considerar que
cooperar significa no tener sexo con otras personas y desertar,
mantener relaciones sexuales sin límites. Para otra persona, la
cooperación sería mantener el vínculo sexoafectivo con otro ser
independientemente de que existan otras relaciones sexuales o
afectivas y situaciones existenciales; desertar sería abandonar el
vínculo.
Es una cuestión de prioridades y en realidad miras a lado y lado y
descubres que hay pocas almas con quien observar a fondo este huracán
pretendidamente libertario, aparte de comentaristas y tristes
vouyeurs que limitan con sus simplistas análisis la magnitud
de la balanza: siempre encontrarán un argumento bien rebuscado que
justifique su cerrazón mental. Nuestra armazón presupone unas
posiciones, roles, reglas, normas, límites y prohibiciones; los
marcos rígidos encorsetan los objetivos y procesos, mejor es navegar
en la flexibilidad y la aceptación de la interpretación diferente
de los conceptos. El lenguaje del amor nunca dejará de ser
polisémico y nos llevará sin remedio a malentendidos existenciales
o confusiones epistemológicas. La conclusión más digerible es que
no tiene objeto alguno tejer problemas en las relaciones que
mantienes con las demás, fluir es la mejor táctica sin dar nada por
sentado, ni siquiera en la amistad más sencilla, no es cuestión de
acostumbrarse a estar ahí como un jarrón en un mueble.
El “nosotras”, el “nosotros”, las relaciones, es una
construcción —hay que construirla—; siempre nos convertimos en
algo, devenimos grupo. Si algo se estanca en ese flujo hay que
cambiar el paso, el camino o la ruta porque las relaciones no se
acaban, es algo más complejo, transita —es una transición—,
muda como la piel de una serpiente. Para caminar con una sonrisa, lo
mejor es renovarnos antes que perpetuarnos en el “yo soy así”
porque cuando alguien decide transformar una relación es un proceso
irreversible, ineludible, más largo o más corto. La agonía es
dejar que llegue al agotamiento y a veces la paciencia —generalmente
tan necesaria pero a veces aburrida— y la precaución —siempre
aburrida y tan poco necesaria la mayoría de veces— anquilosan la
frescura, la fluidez del movimiento. Si le tenemos miedo a la
rotación y al descubrimiento de la novedad es porque la libertad
implica una responsabilidad que ni siquiera sabemos cómo es ni qué
significa.
Hay que inventar, fabricar, imaginar, tramar y crear otras formas,
otras redes, otros versos, otros lenguajes, otros bailes. Resistir a
la norma por norma, desobedecer es tan necesario como el oxígeno,
nuestra sangre se alimenta con la diversidad. Eso o seguir el rastro
asqueroso del poder, ese ente abstracto y concreto que ha
desarrollado métodos represivos difusos para disciplinar cuerpos,
mentes, afectos y sexualidades. El poder es el patrón invisible que
ha puesto todas sus piezas y estrategias en juego consiguiendo que un
sinfín de individuos actúen como policías de la moral aun en
contra de su libertad, autonomía y placer. Pretende obligar y
habituar a los individuos a integrarse en los engranajes de la
producción; vigilar la vida privada y no permitir desviaciones;
pretende la optimización de la producción para que los cuerpos
produzcan al 100% y se dejen de placeres hedonistas o paseos
indefinidos. Al poder no le gustan las personas que llegan tarde al
trabajo porque se quedan follando y menos las que nunca llegan y
prefieren la vida al margen de la oferta y la demanda.
Si no le damos la vuelta a esta podredumbre es porque estamos
modeladas por el sistema que denunciamos; estamos programadas para
evitar entrar en contacto con nuestro lado más salvaje y por ello
deberíamos rechazarnos totalmente para darnos la posibilidad real de
construirnos. Es un riesgo asumible porque el resto puede significar
morir en vida, repetir como autómatas, formar parte de una
estructura que nos lleva al suicidio. Para el poder, escapar de la
jaula es peor que comportarse mal dentro de ella; dentro todavía hay
posibilidad de castigo; fuera, no.
La
solución es la unión de personas, aumentar nuestra potencia,
colectivizar nuestros esfuerzos, socializar nuestros deseos y
necesidades, recurrir a la complicidad permanente con otros seres
para resistir a la ley heteropatriarcal. Aunque todo parezca atado y
bien atado, siempre hay transgresiones a la norma que no se pueden
frenar por mucho tiempo, se desbordan y rompen con todo: el objetivo
es irradiar como ondas radioactivas el virus de la transgresión.
Para llegar rápido, camina sola; para llegar lejos, camina en grupo.
Eso es politizar el amor, sin miedo; hacer de nuestras relaciones
cotidianas y nuestras proyecciones de futuro una barricada más donde
nos veamos las caras quienes pretendemos romper moldes y resignificar
lo existencial.
Vale,
vale, lo de siempre. No es fácil, la teoría es tan bonita como
escurridiza y el peso de la experiencia es una carga hasta que no la
conviertes en perfume de tu caminar. Las heridas recuerdan las
carencias y lo que no hemos hecho bien; el equilibrio es el ideal
pero el río es enorme, hay de todo y la corriente es fuerte. El
primer paso podría ser desear recorrer los senderos que nos ayuden a
hacer las cosas sencillamente bien, con el compromiso y el esfuerzo
de intentar por enésima vez al cuadrado ver el arco iris siempre que
llueva. O el camino te endereza a ti o tú enderezas el camino.
Me encanta!! Hay que ser valientes
ResponEliminaMe explicas cómo te conozco?
ResponEliminaGracias miles
personacolores@gmail.com