dimarts, 12 de juny del 2012

El amor y el poder, Coral Herrera Gómez





El deseo de dominar es el más universal e irresistible que existe, afirmó Simone de Beauvoir. En mi estudio sobre el amor he estado pensando en las luchas de poder que recorren las relaciones de pareja en particular, y las relaciones entre los humanos en general. Somos animales gregarios y nos relacionamos entre nosotros jerárquicamente. El hombre blanco homosexual rico tiene más poder que un hombre de otra etnia homosexual pobre, por ejemplo. A su vez, un hombre blanco heterosexual joven ocupa una escala superior con respecto al hombre blanco heterosexual y anciano. En la escala más baja de esta pirámide social, se sitúa la mujer negra lesbiana y pobre.

Dentro de los grupos humanos también hay jerarquías; por ejemplo, en los cuerpos militares (cabos, oficiales, capitanes, tenientes, etc.), en las empresas (Presidente, Director, Jefe, Encargado, oficinista), en los colegios (Director, profesores, alumnos), en los ayuntamientos alcalde, concejales), en los hospitales (Director, Médico, Enfermero, ATS...)... También en las relaciones emocionales y sentimentales existen estas jerarquías; por ejemplo, en el seno de una familia nuclear tradicional (Patriarca, Madre, Abuelos, Hijos, Nietos).

En las parejas lo ideal es que ambos miembros se relacionen igualitaria y libremente. Para que ello suceda, debe primar la sinceridad, la generosidad, la comunicación, la solidaridad y el compañerismo. Yo siempre digo que la amistad es transparente y la pasión es opaca, porque está llena de misterio, de miedos, de deseo y de secretos. A menudo el amor es un campo de batalla entre dos personas que luchan por no perder su autonomía e independencia. Dado que el enamorarse trae consigo una magia en la que la razón tiene poco trabajo que hacer, cuando alguien se enamora tiene dos opciones: o tratar de autocontrolarse, tratando de actuar racionalmente, sin perder la cabeza; o lanzarse al agua sin miedo y dejarse llevar por la corriente turbulenta de las emociones y los sentimientos.
Hay personas que están deseando ser rescatadas; otras que están dispuestas a entregarse sin límites, sin medida; otras personas se dejan querer sin dar(se) apenas; otras se defienden y tratan de poner barreras a la pasión. Hay gente que le gusta o necesita depender de alguien, y hay personas que no lo soportan. La lucha interna suele estar en dos frentes: contra los sentimientos de uno mismo y contra la otra persona.

Si el sentimiento amoroso fuese como un grifo, podríamos controlar las dosis de agua, cerrar de vez en cuando, abrir cuando nos apetezca, y disminuir o aumentar la intensidad a nuestro capricho. El problema, creo, es que la pasión suele ser como una inundación arrasadora que no sigue los cauces de los ríos sino que los desborda, invadiendo parcelas de nosotros mismos sin que podamos evitarlo. De ahí vienen las luchas; enamorarse es como reconocer que hemos otorgado a una persona todo nuestro poder. Enamorarse es "caer" bajo el hechizo, como Tristán e Isolda, ser débil, verse controlado por fuerzas irracionales que escapan a nuestra voluntad y que limitan nuestro libre albedrío.

Es increíble la cantidad de gente que está enamorada de gente que ama a otra gente. Como si estuviéramos predestinados a no encontrarnos nunca en una serie de persecuciones. Amamos lo que no poseemos, y una vez que lo tenemos, dejamos de valorarlo y vamos en busca de nuevas emociones, de nuevas conquistas y nuevos retos. Dicen algunos científicos que esto se debe a varios factores: el pasado cazador del ser humano, su carácter depredatorio, su ansia de emociones fuertes o el hecho de que el ser humano es un ser deseante.

Lo curioso del deseo es que muere con su realización. Por eso el ser humano está siempre sufriendo en pos de conquistas nuevas, porque la pasión es una emoción intensa similar a la que provocan las drogas, el deporte de riesgo, la fiesta o la aventura. Y cuando la pasión muere o decrece, hay varias opciones:

Seguir en pareja, alimentar la pasión y disfrutar de la complicidad, la ayuda mutua, el compañerismo y el cariño de la otra persona. Cuando la pasión decrece hay que currárselo, nutrir la relación, mantenerla viva. Yo siempre comparo el amor con una hoguera a la que hay que alimentar continuamente, y a partes iguales, porque hay veces que se desloma uno sólo echando leños.

Otra opción es partir en busca de nuevos desafíos, de pasiones que te descentren, te descoloquen, te cambien la vida o te arrastren irracionalmente hacia el objeto de deseo.

Descansar de tanta pasión y dedicar la energía a otras personas o a otras actividades más creativas.

Dice Denis De Rougemont que el amor pasional de verdad es como el de Romeo y Julieta; un amor que se nutre de la imposibilidad, de los obstáculos y las barreras a vencer. Por eso la historia de Julieta y Romeo no termina con un "y vivieron felices"; sino en tragedia y muerte.

La pasión termina con la rutina y se alimenta con la separación y la imposibilidad. Las grandes historias de amor, afirma Rougemont, son las que se dan entre parejas que no pueden disfrutar plenamente el uno del otro por varias razones: familias enfrentadas, adulterios, amores interclasistas o interraciales, diferencias de edad, etnia o religión, etc.

Las mujeres y los hombres han intentado dominarse mutuamente desde el principio de los tiempos. En las culturas patriarcales, las mujeres han estado siempre controladas y domesticadas por su padre primero, y por su esposo después. A su vez, muchas mujeres machistas pretenden controlar a los hombres con su poder sobre la cocina y la casa; a muchas madres no se les ocurre enseñar a sus hijos varones o a sus maridos a planchar o cocinar por miedo a que no las necesiten, porque se saben únicas en determinadas artes que los hombres no conocen, y por ello se sienten útiles e imprescindibles.

En la actualidad de Occidente, las mujeres no pertenecemos legalmente a nadie y podemos hacer lo que queramos con nuestra vida una vez alcanzada la mayoría de edad. Sin embargo, muchas mujeres independientes no han logrado deshacerse de las cadenas que aún las atan a los hombres. Ya lo decía Marta Sánchez en una canción "me has sometido aunque nunca me hayas obligado... con solo una mirada, con solo una palabra, me puedes destrozar, me puedes convencer, me puedes convertir, en lo que quieras tú". Sin embargo, esta esclavitud de amor no conoce barreras de género; también los hombres se ven sometidos a la fuerza del amor, y también ellos tratan de resistirse a ser presas de caza. Nadie quiere ser dominado por sentimientos irracionales o por otra persona; excepto los y las masoquistas.

Pienso en que lo ideal sería que fuésemos tal y como somos con las personas aunque nos enamoremos de ellas; y que nos relacionásemos amorosamente entre nosotros, sin luchas de poder. Pero la pulsión pasional occidental es posesiva, caprichosa, egoísta; y casi siempre va unida a la fantasía y la idealización. Muchas veces la pasión disminuye cuando nos damos cuenta de que el otro no es perfecto, o que no es como querríamos que fuese. Muchaspersonas intentan que sus parejas se adapten a la idea que ellas tienen de la pareja ideal; pero cuando esto sucede, dejan de amarlas, porque una persona domesticada y sin voluntad propia no despierta ningún interés ya; no es la persona libre de la que nos enamoramos.

El amor yo creo que, en un nivel más general o abstracto, es la capacidad de relacionarse igualitariamente, sin tratar al otro como un objeto, sino como otro ser libre con el que compartir experiencias. Querer a alguien es quererlo tal y como es, con sus defectos y con sus defectos. Querer a alguien no es querer poseerlo, sino verlo libre y a nuestro lado, en una suma en la que uno más uno es dos, no uno. Pero amar es complicado porque el ser humano se apega demasiado a las cosas y personas a las que ama, y tiene un miedo terrible a perder seres queridos. Porque amamos egoístamente y tenemos fobia a la soledad. Y la gran quimera del amor, la más grande falacia, es que teniendo una pareja a tu lado, nunca más vas a sentirte solo.

Muchas personas creen que el amor es la salvación; es como una nueva religión. Ahora que sabemos que estamos solos, que Dios ha muerto, buscamos lo sagrado en relaciones ideales que nos mitiguen el miedo a la muerte y a la soledad, en emociones desatadas que nos entretengan del miedo al vacío. Le pedimos mucho al amor en ese sentido, y por eso nos sentimos heridos, decepcionados, engañados, cuando comprobamos que ni una sola persona en el mundo nos va llenar por completo en todos los aspectos de la vida y para siempre. Nos cuesta aceptar que somos seres autónomos que nos relacionamos con el resto en base a nuestras expectativas, intereses y deseos, y que por ello precisamente, las relaciones humanas en general son difíciles, y a menudo dolorosas.

Supongo que sufriríamos menos si amasemos con menos egoísmo y disfrutásemos con el amor que sentimos hacia el otro, sin esperar nada a cambio, sin necesidad de poseer a esa persona.

Pero el amor-pasión es una construcción cultural al que van ligadas muchas otras construcciones culturales: la propiedad privada, la exclusividad, el contrato, el compromiso. Y a otros sentimientos naturales como el miedo, la necesidad de sentirse valorado y querido, de sentirse acompañado. Los seres humanos necesitamos protección, estabilidad y seguridad, y a la vez, contradictoriamente, la necesidad de arriesgar, de aventurarse y vivir experiencias nuevas. Por eso es tan complicado... y porque siempre queremos lo que no tenemos o lo que hemos perdido para siempre.

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