dimarts, 12 de juny del 2012

Hierba mora, Teresa Moure




Yo, Inés Andrade, he compuesto esta historia para quien la quiera leer. Para tejerla, fui seleccionando los fragmentos de vidas que el arca de mi casa me reveló, que no eran todas las vidas, sólo partes, y que no he reproducido íntegramente, sólo en la medida en que pudiesen marcar el hilo por donde todas habían pasado antes de mí, como en un trabajo manual de patchwork. Al tiempo que escribía, me di cuenta de que estaba rescatando la memoria de las mujeres invisibles que me habían precedido y, movida  por su espíritu, a veces he inventado, he explorado la anécdota, me he dejado llevar por el humo de la imaginación, y he exprimido las palabras cuanto he podido para sacarles la miel que llevan dentro y dejar que me endulzasen la boca y me hiciesen brillar los labios por ver si así, tan adornada, me besaban de una vez. (…)


A quien esto lea le rogaría que no me reprochase como locura, arrogancia o presuntuoso orgullo que yo, una mujer, haya criticado a autores tan sutiles como los que menciono y regatee elogios a las grandes obras de pensadores consagrados. Y tenga en cuenta quien lea que ellos, los grandes autores, se atrevieron sobradamente a difamar y censurar al sexo femenino sin excepciones y no por eso se afean sus obras diciendo de ellas que son producto de resentimiento.  Especialmente, ruego que se me perdone la osadía de haberme atrevido a ser, a sanar, a estar, a pensar, a abdicar, a criar, a hablar, a estudiar, a evaporarme de los encierros y huir, a padecer los hondos sentimientos del amor y de la maternidad, a acariciar con palabras, a desear, a seducir. Y por si Hélène, la sabia, habla por mi boca, a todos recomiendo que os acicaléis, que hermoseéis el cuerpo, que cuidéis de la intención y la palabra y que gocéis de los placeres cuanto podáis, que ocasión habrá en la eternidad que nos espera siendo tierra para regresar al lugar pacífico de donde nos liberó la suerte de que nuestro padre y nuestra madre se abrazasen. Aprovechad, pues, el día, y tomad la lectura con una infusión de frambuesa a la que debéis echar un ramito de hierba mora, una hierba de bayas negras que llaman también en algunos lugares tomate bravo y en otros uvas de perro, que es capaz de calmar el dolor, que es cuanto podemos hacer en esta vida, adormecer el dolor, y aprovechar de tener, como la hierba mora, mala reputación para hacer que las noches de ocio duren más que los días de trabajo. Y, finalmente, dejaos seducir por las palabras, que las palabras, si están bien escogidas y el alma en su justa sazón, pueden prolongar el placer como afrodisíacos y calmar el dolor como analgésicos, que por algo afrodisíacos y analgésicos también son palabras.  

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