A quien esto lea le
rogaría que no me reprochase como locura, arrogancia o presuntuoso orgullo que
yo, una mujer, haya criticado a autores tan sutiles como los que menciono y
regatee elogios a las grandes obras de pensadores consagrados. Y tenga en
cuenta quien lea que ellos, los grandes autores, se atrevieron sobradamente a
difamar y censurar al sexo femenino sin excepciones y no por eso se afean sus
obras diciendo de ellas que son producto de resentimiento. Especialmente, ruego que se me perdone la
osadía de haberme atrevido a ser, a sanar, a estar, a pensar, a abdicar, a
criar, a hablar, a estudiar, a evaporarme de los encierros y huir, a padecer
los hondos sentimientos del amor y de la maternidad, a acariciar con palabras, a
desear, a seducir. Y por si Hélène, la sabia, habla por mi boca, a todos
recomiendo que os acicaléis, que hermoseéis el cuerpo, que cuidéis de la
intención y la palabra y que gocéis de los placeres cuanto podáis, que ocasión
habrá en la eternidad que nos espera siendo tierra para regresar al lugar
pacífico de donde nos liberó la suerte de que nuestro padre y nuestra madre se
abrazasen. Aprovechad, pues, el día, y tomad la lectura con una infusión de
frambuesa a la que debéis echar un ramito de hierba mora, una hierba de bayas
negras que llaman también en algunos lugares tomate bravo y en otros uvas de
perro, que es capaz de calmar el dolor, que es cuanto podemos hacer en esta
vida, adormecer el dolor, y aprovechar de tener, como la hierba mora, mala
reputación para hacer que las noches de ocio duren más que los días de trabajo.
Y, finalmente, dejaos seducir por las palabras, que las palabras, si están bien
escogidas y el alma en su justa sazón, pueden prolongar el placer como
afrodisíacos y calmar el dolor como analgésicos, que por algo afrodisíacos y
analgésicos también son palabras.
dimarts, 12 de juny del 2012
Hierba mora, Teresa Moure
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