dimarts, 12 de juny del 2012

Enamoramiento, amor y ágape. Yaoselotl Kuitlamistli


Enamorarse... vaya situaciones y locuras complejas. Amar... algo mucho más complejo, pero más estable, aunque se suele padecer. Ágape... seguramente una palabra muy rara, pero un gran objetivo de vida.

Probablemente las dos primeras palabras sean bastante conocidas, más la última no. Veamos, uno se suele enamorar y posteriormente (desde quizá una fracción de segundo hasta algún tiempo razonable y congruente) se pasa al amor. Al menos es lo clásico, salvo por quienes dicen que hay amor a primera vista. Y si uno es capaz de amar, ¿entonces cuándo nos amaremos todos?

Tendré que citar nuevamente al diccionario de la Real Academia Española (RAE)... Dice que el enamoramiento es la acción de excitar un padecimiento de amor en alguien; el amor es un sentimiento que parte de una insuficiencia y se busca a otro ser, donde hay reciprocidad; el ágape es el afecto (amoroso) hacia las personas (aunque su origen se remonta a la época de Jesús).

El RAE puede ser muy puntual, no obstante, hace algunos años supe de una excelente definición para el enamoramiento. Suena cruel, tal vez arrebatado, pero lo describe sin ambigüedades tal y como es: “el enamoramiento es un estado de estupidez transitorio”. Muy realista, sí, muy rudo, sí, pero ¡así es indistintamente de los sentimientos involucrados!

Por otro lado, en el inicio de los tiempos, cuando todos los sentimientos y cualidades del hombre jugaron a las escondidas, la locura contó hasta un millón. Enseguida encontró a todos, excepto al amor. La locura buscó detrás de cada árbol, en cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y, cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando, de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón, y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra... ¡el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña!

Desde el lado serio, según los especialistas británicos, descubrieron que cuando las personas aman con intensidad, en su cerebro se “activan” las neuronas conocidas por su sensibilidad a la oxitocina, un químico portador de mensajes vinculado con sensaciones como el amor, y las conductas maternal y paternal. Al mismo tiempo se desactivan otras zonas, entre ellas la que tiene relación con los juicios negativos y la del pensamiento crítico. Se “desactiva” la zona del cerebro encargada del juicio social y de la evaluación de las personas. Se suprime, por lo tanto, la capacidad de criticar a los seres queridos (de allí la ceguera).

Pasando al ágape. En el antiguo griego, el término ágape se refería al valor dado a las joyas y otros objetos preciosos. El ágape es un matiz de valor hacia algo y hacia alguien. Por lo tanto es una actitud, una postura, una evaluación que genera respeto. Por el tipo de interpretaciones que se han hecho, siempre se ha traducido la palabra ágape como amor. Sin embargo no es el amor producto del enamoramiento, ni el amor mismo como sentimiento, es la parte afectiva de un ser humano hacia otros. Desde esta perspectiva, el ágape va más allá del concepto de excitar un padecimiento de amor, va más allá de la reciprocidad que se pueda tener con otra persona (familiar o no familiar), simplemente es desarrollar la afectividad hacia el prójimo.

Si bien el enamoramiento y el amor son una fuente mínima de ágape, el ágape es un verbo asociado a la vida, a los valores, a la ética, al carácter, al Ser.


publicado en http://tlamantli.blogspot.com.es/

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