Parte 1: ¿Cómo puedo ser machista? ¡Si soy Anarquista!
"¡Cómo que soy un machista!". Me quedé helado. Yo
siempre me había comportado de forma normal con las mujeres, y desde
luego no era un machito prepotente clásico ni un misógino. "¿Pero
cómo puedo ser un machista si soy anarquista?" No pude evitar
ponerme a la defensiva, nervioso. Yo creía en la lucha por una
sociedad mejor, yo formaba parte de los oprimidos. Los opresores eran
los capitalistas, ¿no?, eran ellos quienes se beneficiaban de la
injusticia. Cuando pasó esto, en 1993, yo tenía 19 años y llevaba
más de 4 de actividad política. Nilou, acariciando mi mano, me lo
intentó explicar con paciencia. "No estoy diciendo que seas un
malvado, sólo te estoy diciendo que tienes actitudes sexistas.
Mira,
hay conductas que son muy claramente machistas, pero a veces el
machismo no es tan obvio, es más sutil, sale en los detalles
pequeños. A menudo me cortas cuando hablo, y desde luego prestas más
atención cundo habla un hombre que cuando lo hace una mujer. El otro
día, cuando estábamos tomando un café con Mike, os comportabais
como si yo fuera invisible, como si sólo estuviera allí para
contemplaros. Un par de veces que intenté participar en la
conversación no me hicisteis ni caso, seguisteis como si no hubiera
pasado nada. Cuando os reunís unos cuantos hombres, sólo os hacéis
caso entre vosotros, si hay una mujer no le prestáis atención. El
grupo de estudio se ha convertido en un foro para que los hombres
larguen sus rollos sobre este libro y aquel otro, como sabios
sentando cátedra, y tod@s tenemos que estar allí mirando y
escuchando.
Durante mucho tiempo pensé que era mi problema, que si
no participaba era porque quizás no tenía nada interesante o útil
que decir. También pensé que quizás era una paranoica, que estaba
reaccionando de forma estúpida, que el problema existía solamente
en mi cabeza y que tenía que superarlo. Pero entonces me di cuenta
de que les sucede lo mismo a otras mujeres del grupo, que es una
sensación bastante frecuente. No digo que tú tengas la culpa de
todo, pero juegas un papel importante en este grupo, así que eres
parte de esta dinámica."
Esta conversación cambió mi vida, sigo intentando afrontar el
desafío que me marcó, y este artículo es parte de ese proceso. He
escrito este artículo para otros hombres blancos de clase media, con
ideas políticas de izquierdas, y que participan de algún modo en
movimientos sociales. Quiero tratar el machismo desde mi propia
experiencia de enfrentar el sexismo desde un punto de vista emocional
y psicológico. He elegido este enfoque porque quiero poner en
cuestión la dimensión personal de estos temas, porque creo que es
la forma más efectiva de trabajar con otros hombres contra el
sexismo, y también porque muchas compañeras con las que trabajamos
nos piden que no pasemos por alto estos aspectos. Como escribe Rona
Fernández, del Youth Empowerment Center en Oakland, "Hay que
animar a quienes tienen privilegios debido a los papeles de género a
que examinen el papel de las emociones (o de su ausencia) en la forma
en que viven sus privilegios. Digo esto porque pienso que los hombres
también sufren bajo el patriarcado, y una de las formas más claras
en que el machismo les deshumaniza es su incapacidad de expresar o
entender sus emociones." Clare Bayard del grupo Anti-Racism for
Global Justice lanza a los hombres la siguiente pregunta: "Si te
costó años formar tu conciencia política, ¿por qué piensas que
la comprensión emocional es algo innato, que no requiere ningún
esfuerzo?"
Este artículo se basa en el trabajo de mujeres, especialmente
mujeres negras y latinas, que escriben y trabajan contra el
patriarcado en la sociedad y el machismo en los movimientos sociales.
El trabajo de Barbara Smith, Gloria Anzaldua, Ella Baker, Patricia
Hill Collins, Elizabeth 'Betita' Martinez, Bell Hooks y muchas otras
nos ofrece una base de ideas, visiones y estrategias para el trabajo
que los hombres blancos debemos llevar a cabo para vencer el
machismo. Cada día haya más y más hombres dentro de los
movimientos alternativos que luchan contra la supremacía masculina.
Muchos de nosotros reconocemos que el patriarcado existe, que gracias
a ello tenemos privilegios, que el machismo corroe los fundamentos de
nuestros movimientos, y que las mujeres, l@s transexuales y las
personas queer ya nos lo han explicado una y otra vez y dicho muy
claramente: "los hombres tenéis que hacer algo sobre este tema,
tenéis que hablarlo entre vosotros, cuestionaros mutuamente y
decidir cómo vais a luchar contra el machismo". Aun así, hay
muchos más hombres blancos en los movimientos sociales que se dan
cuenta de lo machista que es la sociedad, quizás incluso los propios
movimientos, pero no reconocen su participación personal en esta
situación. Lisa Sousa, que es miembro del Centro de Medios
Independientes de San Francisco y de AK Press, me contó que en las
discusiones colectivas recientes sobre temas de género había oído
muchos hombres hacer comentarios del tipo: "todos sufrimos la
opresión", "deberíamos estar hablando sobre la lucha de
clases" o "estáis usando el machismo fuera de contexto
para atacar a algunas personas". Cuando señaló que muchas
mujeres abandonan pronto los grupos en los que los hombres son la
mayoría, le contestaron cosas como "los hombres también dejan
el grupo, las mujeres no se van más que los hombres, es inevitable
que la gente se vaya en grupos de voluntarios", o "sólo
tenemos que buscar a otras mujeres, al fin y al cabo no son las
únicas del mundo".
Estos comentarios me resultan muy conocidos, y aunque es tentador
distanciarme de los hombres que los hacen, es importante que recuerde
que hasta hace poco yo mismo los hacía. Creo en la construcción de
movimientos y en la emancipación colectiva, y por eso para mí es
muy importante conectar con la gente con la que participo en esta
lucha. Como soy una persona privilegiada organizándome con otros
privilegiados, ésta conexión significa aprender a valorarme
suficientemente como para verme reflejado en gente de la que
preferiría distanciarme, a la que sería más fácil denunciar.
También significa ser honesto con respecto a mis propias
experiencias.
Cuando tuve aquella conversación con Nilou, y ella me explicaba como
funcionaba el machismo, recuerdo que tenía que esforzarme para no
cerrarme e intentar escucharla. La palabra "Pero" asaltaba
constantemente mi mente, seguida de "fue un malentendido, no era
eso lo que quería decir, no pretendía que te sintieses de esa
forma, no era eso lo que quería hacer, me hubiese encantado que
participases más, no lo entendí, nadie dijo que no quisieran
escucharte, todos creemos en la igualdad, te quiero y nunca haría
nada para herirte, fueron las circunstancias del momento y no el
machismo las que hicieron que le tratase así, no sé qué hacer".
Diez años más tarde, me doy cuenta de cuán a menudo me saltan a la
cabeza este tipo de excusas y "peros". En mi interior, sigo
siendo mucho más parecido a esos "otros" hombres de lo que
me gustaría admitir. Nilou pasó muchas horas hablando conmigo
sobre el machismo. Fue increíblemente difícil para mí. Mis
opiniones políticas estaban basadas en un marco dualista que definía
claramente el bien y el mal. Si era verdad que yo era machista,
entonces mi propia comprensión de mí mismo estaba en cuestión, y
mi marco para entender la realidad tenía que cambiar. Aunque en
aquel momento me sentí fatal, cuando miro atrás me doy cuenta que
aquellos fueron momentos de gran crecimiento personal.
Dos semanas más tarde, en el grupo de estudio anarquista, Nilou
levantó la mano. "En este grupo está habiendo conductas
machistas", y explicó los ejemplos que yo ya conocía. Los
cinco hombres en la reunión se pusieron a la defensiva como lo había
hecho yo antes. Otras mujeres empezaron a hablar. Pensaban lo mismo
sobre cómo estaban funcionando las cosas, y también estaban hartas.
Los otros hombres alucinaron y se pusieron a la defensiva, y dimos
una lista completa de motivos por los que lo que ellas veían como
machismo eran simples malentendidos, percepciones falsas. Con una
sinceridad genuina, dijimos "Pero si todos queremos lo mismo, la
revolución".
Después de la reunión, April, la mujer que llevaba más tiempo en
el grupo (más de un año), se sentó a hablar conmigo. Me dio
ejemplo tras ejemplo de conductas machistas. Los hombres no le
confiaban responsabilidades, aunque ella llevase más tiempo en el
grupo que muchos de ellos. Nunca se le había considerado para dar
información pública sobre el grupo, ni se le había pedido su
opinión sobre temas políticos. Algunos hombres se unieron a nuestra
conversación y siguieron negando que hubiese machismo en el grupo.
Entonces April expuso claramente un ejemplo concreto que me había
explicado antes, y los demás afirmaron que era un malentendido. Unos
minutos después yo retomé el mismo ejemplo y lo hombres aceptaron,
aunque a regañadientes, que quizás en ese caso se trataba de
sexismo. April señaló enseguida cómo ellos no habían aceptado sus
argumentos o los de Nilou, pero sí los aceptaban cuando eran
esgrimidos por mí. Ahí estaba, no quería creer que había machismo
en nuestro grupo, pero en ese momento lo vi claramente. Me sentí
fatal, como si me hubieran pateado el estómago. ¿Cómo podía estar
sucediendo esto que tanto había intentado evitar? Me dio miedo
volver a abrir la boca.
Dos meses más tarde, estaba sentado en silencio en un grupo de
discusión de hombres. No sabíamos que decir. Estábamos asustados,
nerviosos, tensos, y no pusimos precisamente muchas enegías en crear
un ambiente favorable de discusión sobre el sexismo. Nilou y April
nos habían propuesto que pasáramos un día hablando sobre el
machismo, y que empezásemos hablando en grupos de hombres y mujeres
por separado.
Todos nos preguntábamos "¿De qué estarán hablando las
mujeres?" Cuando el grupo se reunió de nuevo, la discusión
rápidamente tomó un cariz muy crispado, las mujeres se defendían a
sí mismas y la forma en que entienden sus propias experiencias. Me
sentí fatal y me costó trabajo creer lo que estaba oyendo. Me
sentía totalmente perdido y sin la menor idea de cómo avanzar.
Varias personas de distintos sexos se fueron llorando de la discusión
bastante pronto, desilusionadas y agobiadas por sentimientos de
angustia e incapacidad. Mi madre, que había observado parte de la
discusión, nos preguntó si podía decir algo. "Estáis
hablando de cuestiones enormes y muy difíciles. Me alegra ver a
gente de vuestra edad hablando seriamente de estos temas. Demuestra
que realmente creéis en las cosas por las que estáis luchando. Esta
conversación no se puede concluir en un sólo día." Noté lo
cargado que estaba el ambiente en la habitación cuando nos miramos
l@s un@s a l@s otr@s, much@s con lágrimas en los ojos. Estaba claro
que luchar contra el machismo iba a suponer más esfuerzo que
aprender a mirar a las mujeres también durante las discusiones de
grupo. Que era luchar contra un sistema de poder que opera a nivel
económico, social, cultural y psicológico, y que mi supuesta
superioridad como hombre, que yo había interiorizado tan bien, no
era más que la punta de un iceberg construído sobre explotación y
opresión.
Parte II: "¿A qué clase histórica pertenezco?"
"¿Sabes en que clase estás?" Siendo un hombre blanco de
clase media, oí muchas veces esta pregunta en los siete años que
estudié Estudios de la Mujer y Estudios Étnicos. En la clase de
Historia de las Mujeres Negras, alguien intentó ayudarme a averiguar
a dónde tenía que ir. Entendía muy bien por qué me hacían esa
pregunta, y que no sólo se referían a las clases de la Universidad,
sino a mi clase social dentro de una sociedad racista, patriarcal,
heterosexista y capitalista muy empeñada en mantener un fuerte
control social. Yo sabía perfectamente de qué clase social
provenía, y que mi relación con los Estudios de la Mujer y Estudios
Étnicos era complicada. Sabía que algunas personas no querían que
fuera a esas clases, y a otras incluso mi presencia les hacía
sentirse incómodas. Pero por otro lado much@s profesor@s y vari@s
estudiantes me decían que estaban muy content@s de que estuviese
allí. Todo esto me ayudó a darme cuenta de la complejidad de estas
luchas y de que no existen respuestas fáciles.
Fui cuatro años a la Universidad Comunitaria y luego a la
Universidad del Estado de San Francisco otros tres años más. La
mayoría de mis profesor@s eran mujeres y personas negras o latinas.
Había crecido en una comunidad segregada, donde gente de distintas
etnicidades no se mezclaba, y había tenido pocos modelos de
referencia, profesores o figuras de autoridad que no fuesen blanc@s.
Lo que leí y estudié en la Universidad - el feminismo de las
mujeres negras, la lucha por la liberación negra, historia de l@s
chican@s, colonialismo desde el punto de vista de l@s indígenas
american@s, historia de lo movimientos obreros, teoría queer,
antirracismo desde la perspectiva de las mujeres inmigrantes y
refugiadas - tuvo un profundo impacto en mí. Sin embargo, el hecho
de que las personas que me instruyeron y guiaron fuesen personas de
color, y mujeres de color en particular, tuvo una importancia
increíble para mi desarrollo a unos niveles psicológicos de los que
yo en aquel momento no era consciente. El que fueran personas de
color y mujeres con ideas políticas radicales quienes guiaron mi
desarrollo educativo era una subversión enorme de las relaciones de
poder, y fue una de las partes más importantes en mis estudios
aunque no formase parte de ninguna asignatura.
Estudiar en un ambiente donde las mujeres y las personas de color
eran la mayoría también tuvo un gran impacto en mí, pues era la
primera vez en mi vida en la que estaba en la minoría por motivos de
raza y género. De pronto las cuestiones raciales y de género ya no
eran un tema más entre tantos otros, sino aspectos centrales en la
forma de entender y concebir el mundo. Previamente me había
preguntado a menudo, y en silencio, por qué hay que hablar
constantemente sobre género y raza; ahora sin embargo la pregunta se
había invertido: ¿cómo es posible que no pensemos en estos temas
de forma cotidiana? Con el tiempo desarrollé una estrategia para
las clases. Durante el primer mes intentaba ser discreto,
esforzándome en escuchar atentamente a l@s demás. En la primera
semana hacía algún comentario para distanciarme claramente del
machismo y el racismo, y a veces también del capitalismo, como
sistemas de opresión que están a mi favor; esto normalmente
generaba reacciones de sorpresa y alivio. Escuchando a mis
compañer@s, abriéndome a sus historias y perspectivas, empezaba a
merecer su confianza y a participar más en los debates. Esta
estrategia tenía como meta luchar contra mis conductas machistas,
pero también presentarme a l@s demás de una manera más abierta.
Otra parte de la estrategia consistía en provocar debates sobre
estos temas en mis clases de Civilización Occidental, Ciencias
Políticas y otras asignaturas en las que participaban alumn@s que
cursaban distintas carreras y donde casi tod@s l@s alumn@s eran
hombres blancos. L@s compañer@s de color y las mujeres con quienes
estudiaba tenían muy claro que esta era una responsabilidad que
sentían que yo debía asumir. "Esperan esos comentarios de
nosotr@s, y los desprecian como productos de la rabia, las emociones,
o del victimismo. Tienes que usar tus privilegios para que ser
escuchado por los hombres y la gente blanca."
El objetivo no era necesariamente cambiar la opinión del/de la
profesor/a, sino abrir espacios de diálogo crítico sobre género,
racismo y clase social con l@s otr@s estudiantes. Ésto también fue
un valioso aprendizaje para mí, pues a menudo di la impresión a l@s
demás estudiantes de que era una persona fría, cabreada, dogmática,
sermoneadora y a veces insegura en mis ideas, lo cual no resultaba
muy útil. Si mi objetivo hubiera sido poner verdes a los hombres y
l@s blanc@s para aliviar sentimientos de culpa y vergüenza por ser
un varón blanco, entonces a lo mejor estaba aplicando las tácticas
adecuadas. Pero para que otras personas se identificaran con el
antirracismo y el feminismo, tenía que ser más inteligente y
honesto conmigo mismo.
Crecí pensando que yo era un individuo recorriendo mi propio camino
linear de progresión, sin un pasado por detrás. La historia era
para mí un conjunto de datos y fechas interesantes, pero sin ninguna
conexión clara con mi vida. Yo era una persona en mi propio mundo.
Entonces comencé a aprender que ser blanco, varón, de clase media,
sin discapacidades físicas, casi siempre heterosexual y ciudadano de
Estados Unidos no sólo significa que tengo ciertos privilegios, sino
que además me da un pasado. Yo formo parte de categorías sociales -
blanco, varón, heterosexual y de clase media, grupos creados y
moldeados por la historia -, que son considerados el patrón de la
"normalidad", a partir del cual las otras personas son
juzgadas. A la imagen que tenía de mi identidad individual, de ser
"mi propia persona", se le unieron las imágenes de barcos
de esclav@s, de comunidades indígenas arrasadas y quemadas, de
familias destruidas, de violencia contra las mujeres, de hombres
blancos de las clases dominantes usando a hombres blancos pobres para
colonizar a las mujeres blancas, de personas de color y de la Tierra.
Recuerdo estar sentado en una clase de Historia de la Mujer
Afroamericana, siendo una de las dos únicas personas blancas y uno
de los dos únicos hombres entre 15 mujeres negras, siendo el único
hombre blanco. Estábamos estudiando la esclavitud, a Ida B. Wells y
su campaña contra las violaciones sistemáticas de africanas
esclavizadas por sus amos blancos, millones de violaciones que fueron
amparadas y protegidas por la ley, mientras cientos de hombres negros
eran linchados con la excusa de proteger a las mujeres blancas de los
violadores negros. Me quedé sentado cabizbajo, sintiendo la historia
en las lágrimas de mis ojos y las náuseas de mi estómago. ¿Quiénes
fueron esos hombres blancos, qué sentían sobre sí mismos? Me daba
miedo y vergüenza mirar a la cara a las mujeres negras de la clase.
"Aunque existe la mezcla de razas por amor", dijo la
profesora, "nuestro pueblo es de tantas tonalidades diferentes
de negro debido a generaciones y generaciones de violación
institucionalizada". ¿Quién soy yo y qué siento sobre mí
mismo?
Parte III:"Esta es mi lucha"
"No tengo la menor idea de qué papel en la revolución podrían
jugar los hombres blancos heterosexuales, ya que son la base y el
cuerpo del sistema de poder reaccionario" - Robin Morgan, en la
introducción de "Sisterhood is Powerful". A veces
experimento periodos de odio hacia mí mismo, me siento culpable,
tengo miedo. Cuando esto ocurre, sé y siento que tengo un papel que
cumplir en la lucha por la liberación, y sé por mi propia
experiencia que puedo hacer muchas cosas útiles, pero aun así no
puedo parar de preguntarme: "¿no me estaré engañando?"
Lo tengo claro, la cita de Robin Morgan es un buen reto con el que
luchar, pero no vale la pena quedarse atrapado en él. Crecí
creyendo que tenía derecho a todo. Que podía ir a donde me
apeteciera y hacer lo que quisiera, y que en cualquier sitio sería
valorado y necesitado.
El patriarcado y el heterosexismo me enseñaron, de maneras sutiles y
a veces también brutales, que yo tenía derecho al cuerpo de las
mujeres, a tomar mi espacio y a expresar mis opiniones e ideas cuando
yo quisiera, sin tener en cuenta a l@s demás. Este es un proceso de
socialización muy diferente del de la mayoría de la gente en esta
sociedad, a quienes se les obliga a callarse, a comerse sus marrones,
a esconder o disimular quiénes son, a quitarse del camino y a no
olvidar nunca que deben dar gracias por el simple hecho de existir.
Creo que es sano no presuponer que siempre eres necesario, aprender a
compartir el espacio y el poder, y trabajar con otras personas para
encontrar el papel que puedes cumplir. Lo que no es nada sano es lo
que raro que es que los privilegiados por su género hablen de estos
temas y se apoyen mutuamente en este proceso de liberación.
Laura Close, una activista de Students for Unity en Portland, habla
de este tema en su ensayo "Hombres en el Movimiento": "Cada
día hay hombres jóvenes que deciden vincularse a movimientos
sociales, y se encuentran con debates políticos sobre el machismo
que les culpabilizan y silencian, sin que nadie les apoye en la tarea
de descolonizar sus mentes y cambiar su forma de pensar. Imagínate
si otros chicos con más experiencia política se fuesen a tomar un
café con los recién llegados para hablar de su experiencia como
hombres dentro del movimiento, de lo que han aprendido. Imagínate el
buen clima que se generaría entre los hombres si se dieran apoyo y
reconocimiento mutuo al hacer progresos en su lucha contra el
sexismo."
Laura Close animaba a los hombres del movimiento a que acompañasen a
otros hombres para involucrarse en el antisexismo. Yo sabía que ella
tenía razón, pero la simple idea de hacerlo me ponía nervioso.
Tenía un montón de amigos con privilegios por su género, pero me
aterrorizaba comprometerme políticamente a destaparme y explicarles
mis problemas para luchar contra el machismo. Era capaz de denunciar
públicamente el patriarcado e intentar convencer a otros hombres de
vez en cuando, pero ¿me sentía capaz de ser honesto respecto a mi
propio sexismo, de conectar el análisis y la práctica política con
mis propias emociones y procesos psicológicos, de ser vulnerable?
Un momento. ¿Vulnerable a qué? ¿Recordáis que en las clases de
Estudios de la Mujer yo afirmaba estar en contra del patriarcado, el
racismo y el capitalismo?
El nivel de conciencia entre mis compañeros de Universidad sobre
feminismo (por no hablar de su compromiso) era tan bajo, que el
simple hecho de leer un libro feminista y decir de vez en cuando
"reconozco que existe el sexismo" ya me situaba muy por
delante de ellos. Aunque el nivel de conciencia y compromiso entre
los activistas de movimientos sociales es mayor, tampoco lo es mucho
más. Hay dos cosas que me han preocupado seriamente a lo largo de mi
vida política: la voluntad genuina de comprometerme totalmente con
mis ideas, y un profundo miedo de no estar llegando ni de lejos a
alcanzar ese compromiso. Me resulta muchísimo más fácil hacer
declaraciones contra el patriarcado en clase, en reuniones políticas
y en mis escritos que practicar la política feminista a las
relaciones con mis amig@s, mi familia o mis compañeras.
Especialmente cuando los hombres del mundillo político, como yo, nos
tomamos tan poco tiempo para hablar entre nosotros del tema.
¿Qué es lo que me da miedo reconocer? Que cada día me tengo que
esforzar por escuchar las voces que identifico como femeninas. Que sé
que mi mente es más rápida que yo. Que sé que mi primera reacción
es tomar más en serio las opiniones de los hombres. Que sé que
cuando entro en una reunión, no puedo evitar dividir a la gente en
jerarquías de estatus (por el tiempo que llevan activ@s, por los
grupos de que han formado parte, por lo que han escrito y dónde ha
sido publicado, por quiénes son sus amig@s). Me comparo con los
ell@s y siento más competitividad contra los otros hombres. Con
quienes identifico como mujeres la jerarquización es parecida, pero
además el atractivo sexual entra en las categorías de mi mentalidad
heterosexual. ¿Qué son la atracción sexual y el deseo sanos, y
cómo se mezclan o cómo sobreviven a mi conducta aprendida de
sexualizar sistemáticamente a todas las mujeres a mi alrededor? Este
problema se ve amplificado por la realidad diaria de que esta
sociedad presenta a las mujeres como cuerpos sin voz, prestos a
satisfacer los deseos de los hombres heterosexuales, esto está
claro. ¿Pero qué implicaciones tiene todo esto en mi forma de
comunicarme con mis compañeras de trabajo, de lucha o sentimentales?
¿Cómo se traduce en mi forma de hacer el amor, de necesitar ,
expresar o de conceptualizar el amor y el cariño? No hablo de si doy
sexo oral a mi compañera, o si le digo que le quiero. Hablo de si
realmente valoro la equidad en nuestras relaciones por encima de
correrme con regularidad.
Soy consciente de que casi nunca he perdido mi concentración sobre
lo que un hombre me está diciendo por tener pensamientos sexuales
sobre él. Sin embargo, a menudo me he sorprendido despistado por
estar teniendo pensamientos sexuales mientras hablaban mujeres,
mujeres que son grandes organizadoras, mis amigas, mis compañeras.
Estoy totalmente a favor de la pasión, del deseo sexual sano y de la
política a favor del sexo, ese no es el problema. Lo que resulta
problemático es el poder, el "derecho" que muchos hombres
sentimos tener de tratar a las mujeres como objetos sexuales, la
marginalización de la participación de las mujeres por el filtro
del deseo masculino heterosexual. Y preferiría no ponerme a la
defensiva tan frecuentemente, pero lo hago. Me frustro y me cierro
cuando discuto con mi pareja sobre cómo funciona el poder entre
nosotr@s. También cuando hablamos sobre como nos relacionamos con el
resto del mundo y la forma en que esto influye en nuestra relación.
Sé que a veces digo "está bien, voy a pensar más sobre el
tema" cuando en realidad pienso "déjame tranquilo."
Esto no es una confesión para ser perdonado. Es una lucha continua
para ser sincero sobre las profundas influencias del patriarcado en
mi personalidad. El patriarcado me atormenta. Estoy lleno de dudas
sobre si seré algún día capaz de amar honesta y sanamente. Sobre
mi capacidad de sincerarme y conectar conmigo mismo para poder
abrirme y compartir. Sobre si podré construir y compartir
genuinamente, de igual a igual, con otras personas. Puedo ver las
cicatrices del patriarcado en cada una de las personas con las que me
relaciono, y cuando me obligo a observarlas y a tomarme tiempo para
pensar en ello, me lleno de rabia y tristeza. Bell Hooks, en su libro
"Todo sobre el Amor", dice que el amor es imposible cuando
hay una voluntad de dominar. ¿Puedo realmente amar? Quiero creer que
sí. Que es posible a través de prácticas políticas para los
hombres blancos generadas en oposición al patriarcado.
Creo que es en la lucha contra la opresión, en la práctica de
nuestros compromisos, donde realizamos y expresamos nuestras
cualidades humanas más valiosas. Hay momentos, experiencias y
situaciones cuando veo que nos enfrentamos colectivamente al
patriarcado, y eso demuestra de lo que somos capaces. Creo que ésta
es una labor para toda la vida, y que en el fondo es también parte
de la lucha por rescatar nuestras propias vidas. Y en esta lucha nos
damos cuenta de que incluso frente a estos sistemas de opresión tan
poderosos, nuestra capacidad de amar, nuestra belleza, nuestro
pasión, nuestra creatividad, nuestra pasión, nuestra dignidad y
nuestro poder crecen. Podemos hacerlo.
Posdata:
"Trabajar para que esta lucha sea concreta y efectiva"
Aunque es necesario trabajar en temas psicológicos y emocionales
duros, también hay infinidad de pasos concretos que se pueden dar en
la lucha contra el machismo. Una activista de la lucha por la
liberación de Palestina me escribió proponiendo "algunas cosas
que pueden hacer los hombres: ofrecerse a tomar actas en las
reuniones, encargarse de los lugares de reunión, cuidar a l@s niñ@s,
hacer fotocopias o cualquier otra cosa aparentemente poco glamourosa.
Animar a las mujeres y otras personas discriminadas por su género a
que asuman las funciones que normalmente toman los hombres (como
proponer tácticas y estrategias, representar al grupo, moderar
reuniones). Explicar por qué piensas que estaría bien que lo
hicieran. Ser consciente de a quién escuchas más y controlar tus
ansias de protagonismo."
Ella es una de las miles de mujeres y otras personas discriminadas
por su género que han descrito pasos claros y concretos que los
hombres pueden dar para acabar con el machismo y trabajar por su
liberación. Hay un montón de cosas que se pueden hacer. La pregunta
importante para mí es qué condiciones son necesarias para tomar
este trabajo en serio, priorizarlo y darle seguimiento. Además de
hablar con otros hombres del tema, también es importante que nos
cuidemos mutuamente los unos a los otros para que todos cumplamos la
parte que nos toca. Hay muchos temas emocionales complejos que surgen
en el camino y es importante ayudarnos mutuamente para no perdernos y
seguir dando pasos hacia adelante. Nos podemos preguntar, por
ejemplo, cómo estamos apoyando la igualdad de mujeres, qué estamos
haciendo para compartir la responsabilidad y el poder en nuestra
organización, cómo estamos mejorando nuestra apertura a que las
mujeres nos digan lo que piensan de nuestro trabajo, etc.
Cada una de estas preguntas genera los siguientes pasos que podemos
tomar. Examinar y desafiar nuestros privilegios es necesario, pero no
suficiente. La cooperación entre hombres para superar la supremacía
masculina es sólo una entre muchas estrategias necesarias para
desarrollar un movimiento de liberación desde la mujer,
multirracial, antirracista, feminista, de liberación homo y
transexual, desde las clases trabajadoras y anticapitalista, para la
liberación colectiva. Sabemos que el machismo funciona como
obstáculo contra la construcción de este movimiento. La pregunta es
qué haremos para evitarlo, para que el proceso crezca en nuestro
interior, y con él nuestra capacidad para amarnos a nosotros mismos
y a otras personas.
Pistas para tíos blancos que trabajan por el cambio social y para
otra gente socializada en un sistema basado en la dominación
Observa bien quién está en las reuniones - cuántos hombres,
cuántas mujeres, cuánta gente blanca, cuánta gente del Sur, si se
da por supuesto que la mayoría son heterosexuales, si hay gente que
no lo es y está fuera del armario, de qué clase social proviene la
gente. No supongas que conoces a la gente, esfuérzate en ser más
consciente. Cuenta las veces que hablas y calcula cuánto tiempo.
Cuenta las veces que otra gente habla y calcula cuánto tiempo. Sé
consciente de la frecuencia con la que escuchas activamente lo que
otra gente dice en lugar de esperar tu turno o pensar en lo que vas a
decir la próxima vez. Haz alguna vez el ejercicio de ir a reuniones
con el fin de escuchar y aprender; ve a alguna reunión y no hables.
Cuenta las veces que propones ideas al grupo. Cuenta las veces que
apoyas las ideas de otra gente para el grupo. Haz el ejercicio de
apoyar a otra gente pidiéndoles que expliquen en más profundidad
sus ideas y propuestas, antes de decidir si las apoyas o no. Piensa
en quienes reciben reconocimiento por su trabajo y contribución al
grupo. Muestra ese reconocimiento por el trabajo de más personas y
hazlo más a menudo. Pregunta más a menudo a otra gente qué piensan
sobre las reuniones, las ideas, las acciones, las estrategias y
visiones.
Los tíos blancos tienen una fuerte tendencia a hablar entre ellos y
desarrollar vínculos fuertes que se manifiestan en la organización.
Esto crea una cultura organizativa interna que resulta alienante para
la mayoría de la gente. Desarrollar respeto y solidaridad a través
de divisiones de etnicidad, cultura, clase, género y sexualidad es
complejo y difícil, pero totalmente necesario, y también liberador
y satisfactorio. Sé consciente de cuántas veces hablas para pedir a
otra gente que haga cosas en comparación con preguntar a otra gente
lo que hay que hacer. Piensa en serio sobre la expresión "serás
necesario en el movimiento cuando te des cuenta de que no eres
necesario en el movimiento". Recuerda que el cambio social es un
proceso, y que nuestra transformación y liberación individual está
profundamente conectada con la transformación y liberación social.
La vida es profundamente compleja y está llena de contradicciones.
Esta lista no está dirigida solamente a tíos blancos, ni intenta
reducirnos a todos en una sola categoría. Su intención es
interferir en las formas de dominación que hieren nuestros
movimientos, y que nos hieren como personas. Los tíos blancos
tenemos mucho trabajo por delante, pero es un tipo de trabajo muy
satisfactorio si de verdad nos tomamos en serio la igualdad, y si
desarrollamos nuestro deseo de alcanzarla. Las formas cotidianas de
dominación son la cola que mantiene unidos los sistemas jerárquicos.
La lucha contra el capitalismo, el racismo, el patriarcado, el
heterosexismo y el estado, es también la lucha por la liberación
colectiva.
Nadie es libre hasta que tod@s lo seamos.
republicado de alcachofa
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