El instinto de supervivencia nos acerca al placer y nos aleja del
dolor. Hay que partir de la premisa de que ninguna persona nos puede
aportar todo lo que precisamos para nuestro buen vivir: necesitamos a
unas personas para contarles nuestra vida o para hablar de ciertos
temas, con algunas nos encanta ir de fiesta o a museos, con otras nos
apasiona ir a la montaña o aprender trucos de magia, con unas pocas
nos buscamos para tener sexo o para que nos cuenten chistes, con
algunas nos apetece dormir a su lado o vivir aventuras locas. Amigas
de toda la vida o conocidas de una misma noche, todas juegan.
Por una sencilla ecuación matemática, yo tampoco ofrezco a nadie
todo lo que puede desear y querer vivir; cualquiera de mis amantes
habituales u ocasionales necesita a otras personas, otros seres,
otros espíritus, otros cuerpos, otras magias e ilusiones. Es por eso
que a priori cualquier relación sexoafectiva por más estable que se
proponga nunca podrá resolver todas las necesidades vitales y
existenciales de sus miembros dentro de ese mismo grupo. Aunque hay
casos para todo y es posible la realización personal abrazada a la
monogamia más estricta es muy probable que por más enamoradas que
estemos de una u otra belleza pensaremos, desearemos, necesitaremos y
acudiremos en busca de otros cuerpos y almas que nos aporten lo que,
como animales gregarios que somos, requerimos para nuestra salud
mental, física y espiritual.
Ese debería de ser uno de los cimientos para un modelo de sociedad
que parta de la libre asociación de las personas y los proyectos en
cualquier momento o ante cualquier eventualidad. El realismo es la
base de una relación y si tenemos por lo menos un par de cosas
claras podemos dejarnos llevar por todo torrente de placer sin miedo
a resbalar y hacernos daño. Esas premisas básicas podrían ser: 1)
sé que queremos mantener el vínculo que nos une —sea el que sea—
y mejorarlo día a día; y, 2) queremos resolver los problemas de la
manera que sepamos o podamos comunicarnos. En resumen: lo que hacemos
es por puro placer y no queremos incomodar a nadie; si eso sucediera,
hay que resolver algunos desajustes para que todas estemos a gusto.
¡Qué bonita es la teoría!, nos repetimos constantemente. Porque el
placer es sencillo hasta que decidimos complicarlo. ¿Cómo
reaccionarías si lo que tú consideras natural y lógico e incluso
podrías hacer ante cualquier persona, lo hicieran delante tuyo? ¿Tu
respuesta es rápida, lo has vivido, te has puesto en la piel de otra
persona? Hay quien dice que mataría, hay quien calla, se le corta la
respiración o pone cara de no-sé-qué-haría; también hay quien
saca a relucir las más refinadas teorías de la libertad, el
poliamor o contra el amor romántico o el enamoramiento. El orgullo
inmoviliza y aunque recites la teoría, es posible que no sepas qué
hacer o cómo actuar ante esa situación, quizá lo que se lee como
una actitud abierta y liberada es un caparazón para no sacar lo peor
de ti y dejas que pase o huyes para evitar comunicarte directamente.
Antes que juzgar, urge entender.
Quizá la primera vez que hiciste algo no te gustó mucho pero tras
diversas repeticiones supiste sacarle el jugo y disfrutar plenamente.
Es por eso que tenemos que aprender a vivir esas situaciones
incómodas para la monogamia, ejercitar carambolas colectivas
generadoras de celos patriarcales y posesivos y practicar aquello que
atenta contra toda ley y norma para poder hacerlo cada vez mejor y
que todas disfrutemos. Hemos de asumir que la transgresión de la
norma no procede de la inmoralidad o la falta de ética sino de la
pérdida de la fe o el desengaño de que esas normas realmente sirvan
para el buen vivir o nos aporten la felicidad que necesitamos para
caminar.
Cada cual tiene su concepto de 'amor', pero si amáramos con esas
premisas creo que no necesitaríamos leyes, ética o moral impuesta.
El amor determinaría todos los principios y valores y en la lucha
innegable en el ser humano entre codicia y solidaridad, el amor
define cuidar, ofrecer y regalar sin esperar, por puro placer. El
amor alivia el esfuerzo, facilita lo imposible y despierta los
sentimientos más generosos.
Pero claro, la privatización de las relaciones nos la han incrustado
como un código de barras al nacer. Por más buena fe o supuesto amor
que haya, las madres se creen que sus hijas son su propiedad, los
hombres asumen que las mujeres son de su propiedad y las mujeres
también lo hacen hasta que nos convertimos en esclavas voluntarias:
«¡Soy tuya! ¡Hazme tuyo!». Parece peligroso y es que tendemos
enfermizamente a acumular propiedades y a no compartir lo que
tenemos. Necesitamos romper ese código de barras y sentirnos libres,
no podemos extorsionar a nadie con nuestro amor.
En general, la sociedad acepta lo de ir al cine, pasear o jugar a
tenis... con otras personas diferentes al cónyuge (ponle el nombre o
la categoría que quieras, sabemos de quién hablamos), pero el sexo
es el tema tabú por excelencia. Es el terreno más privatizado que
podemos encontrar en nuestra esfera personal. Considero que la
diversidad sexual es necesaria y aunque mucha gente y especialmente
parejas dedican esfuerzos para renovarse y no morir, a veces en la
misma persona no puedes encontrar esa variedad que renueva la
frescura del placer y el sexo; a veces esa diversidad la encuentras
simplemente compartiendo sexualmente con otras personas.
Por más películas con final feliz que te imagines, el presente es
lo único que hay: ¿quién va a negarse al estímulo de una nueva
aventura, al riesgo de lo desconocido y al reto de conocer algún
truco nuevo? Tú y yo siempre seremos más que dos.
Adenda: Podemos buscar el símil con quien quiere recortar
derechos y presupuestos sociales. Toda niña sabe que la piedra
siempre gana a la tijera.
GUAPISIMO!!!!
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