dimarts, 5 de juny del 2012

Tú y yo siempre seremos más que dos, H.R.Herzen



El instinto de supervivencia nos acerca al placer y nos aleja del dolor. Hay que partir de la premisa de que ninguna persona nos puede aportar todo lo que precisamos para nuestro buen vivir: necesitamos a unas personas para contarles nuestra vida o para hablar de ciertos temas, con algunas nos encanta ir de fiesta o a museos, con otras nos apasiona ir a la montaña o aprender trucos de magia, con unas pocas nos buscamos para tener sexo o para que nos cuenten chistes, con algunas nos apetece dormir a su lado o vivir aventuras locas. Amigas de toda la vida o conocidas de una misma noche, todas juegan.

Por una sencilla ecuación matemática, yo tampoco ofrezco a nadie todo lo que puede desear y querer vivir; cualquiera de mis amantes habituales u ocasionales necesita a otras personas, otros seres, otros espíritus, otros cuerpos, otras magias e ilusiones. Es por eso que a priori cualquier relación sexoafectiva por más estable que se proponga nunca podrá resolver todas las necesidades vitales y existenciales de sus miembros dentro de ese mismo grupo. Aunque hay casos para todo y es posible la realización personal abrazada a la monogamia más estricta es muy probable que por más enamoradas que estemos de una u otra belleza pensaremos, desearemos, necesitaremos y acudiremos en busca de otros cuerpos y almas que nos aporten lo que, como animales gregarios que somos, requerimos para nuestra salud mental, física y espiritual.

Ese debería de ser uno de los cimientos para un modelo de sociedad que parta de la libre asociación de las personas y los proyectos en cualquier momento o ante cualquier eventualidad. El realismo es la base de una relación y si tenemos por lo menos un par de cosas claras podemos dejarnos llevar por todo torrente de placer sin miedo a resbalar y hacernos daño. Esas premisas básicas podrían ser: 1) sé que queremos mantener el vínculo que nos une —sea el que sea— y mejorarlo día a día; y, 2) queremos resolver los problemas de la manera que sepamos o podamos comunicarnos. En resumen: lo que hacemos es por puro placer y no queremos incomodar a nadie; si eso sucediera, hay que resolver algunos desajustes para que todas estemos a gusto.

¡Qué bonita es la teoría!, nos repetimos constantemente. Porque el placer es sencillo hasta que decidimos complicarlo. ¿Cómo reaccionarías si lo que tú consideras natural y lógico e incluso podrías hacer ante cualquier persona, lo hicieran delante tuyo? ¿Tu respuesta es rápida, lo has vivido, te has puesto en la piel de otra persona? Hay quien dice que mataría, hay quien calla, se le corta la respiración o pone cara de no-sé-qué-haría; también hay quien saca a relucir las más refinadas teorías de la libertad, el poliamor o contra el amor romántico o el enamoramiento. El orgullo inmoviliza y aunque recites la teoría, es posible que no sepas qué hacer o cómo actuar ante esa situación, quizá lo que se lee como una actitud abierta y liberada es un caparazón para no sacar lo peor de ti y dejas que pase o huyes para evitar comunicarte directamente. Antes que juzgar, urge entender.

Quizá la primera vez que hiciste algo no te gustó mucho pero tras diversas repeticiones supiste sacarle el jugo y disfrutar plenamente. Es por eso que tenemos que aprender a vivir esas situaciones incómodas para la monogamia, ejercitar carambolas colectivas generadoras de celos patriarcales y posesivos y practicar aquello que atenta contra toda ley y norma para poder hacerlo cada vez mejor y que todas disfrutemos. Hemos de asumir que la transgresión de la norma no procede de la inmoralidad o la falta de ética sino de la pérdida de la fe o el desengaño de que esas normas realmente sirvan para el buen vivir o nos aporten la felicidad que necesitamos para caminar.

Cada cual tiene su concepto de 'amor', pero si amáramos con esas premisas creo que no necesitaríamos leyes, ética o moral impuesta. El amor determinaría todos los principios y valores y en la lucha innegable en el ser humano entre codicia y solidaridad, el amor define cuidar, ofrecer y regalar sin esperar, por puro placer. El amor alivia el esfuerzo, facilita lo imposible y despierta los sentimientos más generosos.

Pero claro, la privatización de las relaciones nos la han incrustado como un código de barras al nacer. Por más buena fe o supuesto amor que haya, las madres se creen que sus hijas son su propiedad, los hombres asumen que las mujeres son de su propiedad y las mujeres también lo hacen hasta que nos convertimos en esclavas voluntarias: «¡Soy tuya! ¡Hazme tuyo!». Parece peligroso y es que tendemos enfermizamente a acumular propiedades y a no compartir lo que tenemos. Necesitamos romper ese código de barras y sentirnos libres, no podemos extorsionar a nadie con nuestro amor.

En general, la sociedad acepta lo de ir al cine, pasear o jugar a tenis... con otras personas diferentes al cónyuge (ponle el nombre o la categoría que quieras, sabemos de quién hablamos), pero el sexo es el tema tabú por excelencia. Es el terreno más privatizado que podemos encontrar en nuestra esfera personal. Considero que la diversidad sexual es necesaria y aunque mucha gente y especialmente parejas dedican esfuerzos para renovarse y no morir, a veces en la misma persona no puedes encontrar esa variedad que renueva la frescura del placer y el sexo; a veces esa diversidad la encuentras simplemente compartiendo sexualmente con otras personas.

Por más películas con final feliz que te imagines, el presente es lo único que hay: ¿quién va a negarse al estímulo de una nueva aventura, al riesgo de lo desconocido y al reto de conocer algún truco nuevo? Tú y yo siempre seremos más que dos.

Adenda: Podemos buscar el símil con quien quiere recortar derechos y presupuestos sociales. Toda niña sabe que la piedra siempre gana a la tijera.

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